Una investigación de la UBA demostró que la alternancia de cultivos permite reducir el daño por hongos patógenos que causan enfermedades de fin de ciclo en esta oleaginosa, responsables de notables pérdidas económicas. ¿Incide la siembra directa en la aparición de tales afecciones? En la Argentina, un porcentaje muy alto de la soja se produce como monocultivo bajo siembra directa (SD). Aunque la SD preserva los suelos de la degradación, la acumulación de rastrojos genera un ambiente favorable para la supervivencia de hongos que afectan el follaje del cultivo en sus etapas finales. Un estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) realizado en Pergamino, región núcleo sojera, demostró que la rotación de cultivos redujo hasta un 48% la defoliación por enfermedades de fin de ciclo, en comparación con el monocultivo. Además, la alternancia de cultivos también mejoró la “sanidad” del suelo. ¿Una opción al uso de fungicidas?
“Estudiamos dos enfermedades conocidas como ‘de fin de ciclo’ (EFC): la mancha marrón, causada por Septoria glycines, y el tizón morado de la hoja, causado por Cercospora kikuchii. Estas enfermedades pueden infectar el cultivo en etapas tempranas, pero recién causan la caída anticipada de las hojas en las etapas finales. Por eso, muchos productores aplican fungicidas de forma preventiva”, explicó Cecilia Smirnoff, docente de la cátedra de Fitopatología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).
En este marco, Smirnoff comparó lotes manejados bajo monocultivo de soja con otros donde se practicaba la rotación de cultivos; en ambos casos, bajo SD. “La idea fue ver si producir soja como único cultivo favorece el desarrollo de los hongos que causan las EFC, y si la rotación fomenta una mejor sanidad del cultivo y estimula la capacidad del suelo para controlar a los fitopatógenos que lo habitan, característica de los llamados suelos supresivos”, sostuvo. Este experimento formó parte de la maestría que Cecilia realizó en la Escuela para Graduados de la FAUBA bajo la dirección de Marcela Gally, docente de la cátedra de Fitopatología y actual decana de esa Casa de Estudios.
La investigadora remarcó que, en la actualidad, la intensidad de ciertas enfermedades del cultivo de soja, entre las que se encuentran las dos EFC foliares que evaluó en sus estudios, estaría relacionada con el sistema de producción más frecuente en la Argentina: el monocultivo bajo siembra directa.
El rastrojo está servido El trabajo se realizó a campo en el marco del proyecto ‘Biología del Suelo y Producción Agropecuaria Sustentable’ (BIOSPAS) en el predio de INTA Pergamino, zona donde por sus características hídricas y térmicas, la mancha marrón y el tizón morado son frecuentes y agresivas. “Estudiamos dos campañas agrícolas y vimos que la severidad del ataque —es decir, la proporción promedio de tejido foliar dañado— en el caso de la mancha marrón fue hasta un 45% más alta en monocultivo que en los lotes bajo rotación. Por su parte, la severidad del tizón morado de la hoja en monocultivo superó en un 18% a la registrada bajo rotación”, puntualizó Smirnoff.
Además, Cecilia se refirió a la caída de hojas que produjeron las enfermedades de fin de ciclo. “Los valores más altos de defoliación se relacionaron siempre con el monocultivo, alcanzando en una de las dos campañas hasta el 90% de pérdida de hojas”.
En relación con esos resultados, la docente aclaró que en rotación aumenta la duración del período de barbecho y se mineraliza una mayor cantidad de rastrojos, con lo cual disminuye la fuente de inóculo de ambos patógenos. Así, aun cuando las condiciones climáticas fueran favorables para el desarrollo de las EFC, su incidencia se reduce al mínimo.
Rotaciones y suelos contra patógenos Smirnoff resaltó que la supresividad del suelo al desarrollo de hongos patógenos aumentó con tan sólo 3 años de alternancia de cultivos. “Esta propiedad de los suelos la analizamos en laboratorio, usando como indicador al hongo Macrophomina phaseolina. Lo sembramos en muestras de suelo provenientes de parcelas bajo ambos manejos. Comprobamos que el crecimiento de este hongo fue significativamente menor en los suelos extraídos de parcelas con alternancia de cultivos”.
Según la investigadora, la calidad y la cantidad de los restos vegetales propios de las rotaciones promueven el crecimiento de microorganismos capaces de controlar patógenos, y esta sería una de las causas de la mayor supresividad de estos suelos. En particular, en este ensayo de laboratorio se controló a M. phaseolina, que en soja produce la podredumbre carbonosa de la base del tallo.
“El problema es la falta de rotaciones. Esta práctica permite bajar la carga de inóculo inicial de S. glycines y de C. kikuchii. Sobre la base de nuestros resultados, pensamos que sería posible diseñar alternativas de manejo que permitan disminuir la cantidad de fungicidas que hoy se aplican para controlar estas enfermedades de fin de ciclo”, afirmó.
La soja, en expansión
“La soja hoy sigue siendo rentable, y como el mercado va a seguir requiriendo sus subproductos, es esperable que el cultivo continúe expandiéndose. En este sentido, mi trabajo aporta fundamentos científicos para la toma de decisiones agronómicas. Vimos que la rotación reduce la intensidad de las enfermedades de fin de ciclo y aumenta la capacidad del suelo de controlar a los hongos que lo habitan. Esto podría tener efectos favorables para manejar patógenos de suelo, algo difícil y costoso de implementar en cultivos extensivos”, subrayó Cecilia.
En cuanto a la originalidad de la información que surgió de su trabajo, la investigadora hizo hincapié en que “lo innovador es haber estudiado en un mismo lote tanto enfermedades que afectan la parte aérea de la planta como también lo que sucede a nivel del suelo. Creemos que esta información, generada íntegramente en la FAUBA, va a ser relevante para los productores de la región núcleo sojera, y en particular para los de Pergamino”.
Mirando hacia el horizonte, Smirnoff remarcó que a partir de su tesis se plantearon nuevos interrogantes para estudiar en próximos trabajos. “Va a ser fundamental explorar distintos esquemas de rotación, con diferentes largos y secuencias de cultivos, que excluyan durante distintos períodos a la soja. Y también va a ser clave evaluar a campo los impactos del aumento de la supresividad de los suelos bajo rotación. El primer paso ya está dado, pero todavía queda mucho por investigar”.
Por: Pablo Roset