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Cambio climático: cómo medir el impacto de la ganadería, un primer paso para romper paradigmas



Un trabajo presentado por Ernesto Viglizzo, del INTA, calculó que valor global de las emisiones globales provenientes de la ganadería no superan el 5%. Casi el 70% del rodeo vacuno argentino está en sistemas pastoriles.


La reciente conferencia de las Naciones Unidades sobre cambio climático que se llevó a cabo en Dubai, la COP 28, dejó varios puntos para el análisis vinculado a la actividad ganadera.


Entre lo más relevante, según analizaron desde el mercado ganadero de Rosario (Rosgan), fue el acuerdo global para abandonar de manera gradual el uso de combustibles fósiles.


Otro hito fue el acuerdo de incluir a la agricultura en los planes climáticos de 134 países y la decisión de trabajar en la reducción de emisiones vinculadas a la producción y el consumo de alimentos.


En los últimos, la actividad ganadera fue una de las señaladas al momento de buscar culpables a la emisión de gases de efecto invernadero.


En este contexto, uno de los desafíos de la ganadería -según el Rosgan- pasa por saber realmente cual es el impacto de esta cadena de valor tanto en la producción de alimentos como sobre el clima.


GANADERÍA BOVINA Y CAMBIO CLIMÁTICO


Con el fin de dar un sustento científico a esta discusión, el Rosgan citó un artículo elaborado por Ernesto Viglizzo (investigador del INTA) para el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (ICCA).


En el trabajo, plantea el dilema de la actividad, que se debate entre su rol de proveedor global de alimentos y la creciente preocupación que la ganadería despierta en relación al clima, a partir de mediciones difundidas por la comunidad científica en cuanto a su responsabilidad en las emisiones globales de gases de efecto invernadero.


En este sentido, el primer error de base que remarca Vigglizzo radica en la generalización; esto es difundir mediciones globales sin tener en cuenta la heterogeneidad que existe entre los diferentes sistemas de producción.


“La producción ganadera constituye un conjunto de sistemas diversos que oscilan entre sistemas extensivos de pastoreo natural, con baja emisión de carbono por hectárea, a sistemas altamente intensivos de engorde bajo confinamiento que, lógicamente, por su alta carga generan una elevada emisión de carbono por hectárea, con casi nula posibilidad de captura”, explicó.


Sobre esta cuestión, remarcó que estas generalizaciones se imponen al momento de aplicar penalidades o restricciones a la comercialización de los productos, sin tener en cuenta las diferencias.


En el caso de Argentina, un dato a tener en cuenta es que entre el 65% y el 70% de la hacienda que llega a faena proviene de sistemas mayormente pastoriles, con encierres puntuales en la terminación.


CÓMO MEDIR CORRECTAMENTE


Muchos países importadores miden la huella de carbono, y la realidad indica que basan sus políticas comerciales sobre un criterio de emisiones acumulativas a lo largo de todo el ciclo de vida del producto final.


De este modo, se sobrecarga así a la producción primaria con una cuenta de carbono que se genera una vez abandonada la tranquera del predio y que atraviesa varios eslabones de la cadena, hasta llegar finalmente a la góndola del supermercado.


“Si se le imputasen al ganado bovino únicamente sus emisiones biogénicas (metano y óxido nitroso), se comprobaría fácilmente que su impacto en el clima global es mucho menor que el estimado a través del Análisis de Ciclo de Vida (ACV) de un producto.”, advirtió.


En la actualidad, el investigador calculó que ese valor no supera el 5% de las emisiones globales. Además, tiende a disminuir porcentualmente al compararlo con la trayectoria que muestran las emisiones de carbono del resto de los sectores a nivel global.


HUELLA DE CARBONO VERSUS BALANCE DE CARBONO


En esta instancia, diferenció los conceptos “huella de carbono” y “balance de carbono”, que miden la economía del carbono en el sistema predial y no por tonelada de carne producida, respectivamente.


A su vez, este cálculo implica estimar anualmente no solamente las emisiones, sino también la captura y almacenamiento de carbono en el sistema analizado, donde la unidad de referencia pasa a ser la hectárea de tierra y no la tonelada de carne, como propone el ACV.


Al tomar como unidad de referencia la hectárea de tierra producida, el método permite discriminar la performance individual de cada productor, poniendo en valor el “cómo” se produce en cada eslabón de la cadena en lugar del “que” se produce, etiquetado como bien único en la góndola final.


“Es así como el productor es quien en última instancia se puede convertir en sujeto de premio o penalización de acuerdo al balance de carbono generado en su propio sistema de producción”, sostuvo.


Esta decisión también implica, según Viglizzo, hacer foco en la responsabilidad individual de cada actor de la cadena productiva. Así como el productor ganadero no puede cargar con la responsabilidad de las emisiones que se generan fuera de la tranquera, sí debe asumir la plena responsabilidad de todo impacto ambiental que se produzca dentro del predio que trabaja.


“En definitiva, la solución no radica en dejar de consumir carne para mitigar los efectos del cambio climático sino de convertirnos en verdaderos protagonistas de un cambio, que permitirá abastecer al mundo de los alimentos que necesita, de manera responsable y sustentable con el medio”, concluyó.

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